26.6.13

Tenia el dinero justo para el boleto de ida, y para su disgusto, se encontró con las oficinas cerradas. No pensó en pedirle a alguien las monedas para viajar; se dispuso a emprender a pie el regreso desde Palermo hasta Wilde. Cansado y con hambre, ya en plaza del Congreso se sintió desorientado y buscó ayuda en quien le pareció más lógico: un policía. "¿Donde queda Constitución?", fue su pregunta. Para su sorpresa, el uniformado no repuso, y con cara de enojado le reclamó "¡Documentos!". Algo confuso, Eugenio le tendió lo que pensaba sería suficiente: la ajada tarjeta de la empresa donde trabajaba. Como en tiempos de Martín Fierro, la papeleta que acreditaba su dependencia de un patrón debía bastarle a un pobre para andar lejos de su casa. "Esto no sirve- arguyó el agente- ¡Te voy a llevar a la comisaría... por vagancia!" Cuando nos lo contaba, Eugenio repetía una y otra vez: "Vagancia, decía... ¡y yo le mostraba que trabajaba!". Pasó en consulta a un oficial, del que recibió sólo insultos, hasta que los buenos oficios de un anciano, jubilado, que presenció el incidente lo libraron del calabozo. Ese hombre le permitió, dándole unos pesos, proseguir aterrorizado su camino, ahora en colectivo hacia el refugio de la villa"

Hugo Ratier "Villeros y Villas Miserias" 1972

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