22.5.13

Fluctuante – Por Leo Masliah –


A cada cual le pasa su vida, es decir, la serie de hechos que la integran. En todos y cada uno de ellos está, solapado, el Mismo. Yo soy el Mismo, el punto de identidad o mismidad latente bajo la diversidad e inconexión aparente de los hechos que urden mi vida.


José Ortega y Gasset


A mí, por desgracia, no me pasa lo mismo. Fluctúo entre identidades. 

Ahora soy Eric Acuña, y voy con mi esposa Sara a visitar a nuestros amigos, los Stuart. Ellos nos reciben muy bien, como siempre. Nos hacen pasar, nos sentamos y nos ofrecen coñac importado. Sandra Stuart se cortó el pelo y le queda muy bien. Su cuello desnudo me produce un estado de inquietud que trato de disimular ante la mirada vigilante de Sara, mi esposa. También Matías, el pequeño hijo de Jonás y Sandra Stuart, parece dirigirme miradas reprobatorias, cómo diciendo: <<Qué miras el cuello de mi mamá.>>

Ahora soy Jonás Stuart. Eric Acuña está sentado frente a mí, sonriendo estúpidamente, como siempre. No sé por qué Sandra insiste en invitarlos a casa una vez por mes. Yo ya me había olvidado de que iban a venir hoy, y alquilé tres películas. Si no se van muy tarde quizá alcance a ver una. Para peor mañana tengo que levantarme a las siete y tengo trabajo todo el día, así que las otras dos películas las voy a tener que devolver recién pasado mañana y en el videoclub me van a cobrar el recargo por demora. En cuanto a proponerles a los Acuña que miren las películas con nosotros, ni hablar. Ya lo intenté una vez, y no paran de parlotear. No me gusta estar oyendo la receta de cómo se hace una tortilla de zapallo en el momento en que James Bond está atado a una mesa mirando el avance de la sierra eléctrica entre sus piernas.

Ahora soy Sandra Stuart. Me pica el cuello, pero no quiero rascarme porque estoy en casa con unas visitas, Eric y Sara Acuña. Ellos vienen casi todos los meses, pero Jonás (mi marido) y yo apenas si los habremos visitado dos veces en los últimos tres años. Es que la casa de ellos francamente es horrible. No hay lugar dónde sentarse cómodamente, y lo mejor que nos dieron para tomar fue coñac nacional. Lo recuerdo bien porque tomé una sola copa y estuve descompuesta tres días. Jonás siempre se enoja cuando invito a Eric y Sara. Yo trato de apaciguarlo, pero no puedo confesarle el verdadero motivo que me hace obrar así. Ese motivo es la vieja rivalidad que tengo con Sara desde que éramos compañeras en el jardín de infantes. Ella siempre sacaba mejores calificaciones que yo, y se burlaba de mí cuando estudiábamos juntas y yo no entendía el binomio de Newton. Ahora quiero que por el resto de su vida envidie el lugar que yo me gané en la sociedad junto a Jonás (mi marido), que es un alto ejecutivo de una empresa de pompas de nacimiento.

Ahora soy Sara Acuña. Estoy con mi esposo de visita en casa de Sandra Gómez, una vieja compañera de mis días de escuela. Ella siempre llama para invitarnos. Las primeras veces yo accedía gustosa, pero después empecé a rechazar las invitaciones, porque – esto no se lo quiero decir a Sandra, tengo miedo de que se ofenda – cuando es verano una se muere de frío en su casa; parece que quisiera hacer ostentación de la potencia de su equipo de aire acondicionado. Y cuando es invierno, el mismo problema tengo con la calefacción. Sin embargo, cuando es mi esposo Eric quien atiende las llamadas de Sandra, siempre acepta las invitaciones. Quiero pensar que es porque le gusta el coñac importado con el que Sandra siempre nos convida.

Ahora soy Matías Stuart. Estoy en mi casa con Mamá y Papá y Eric y Sara que acaban de llegar. Tengo mucha vergüenza porque Mamá se cortó el pelo y le queda horrible, y creo que Eric ya se dio cuenta.

Ahora no soy nada. Descanso. Fluctúo entre las mesas, las paredes, los cuadros, la plantas y los sillones de la casa de Jonás y Sandra Stuart, que con su hijo Matías y otros dos maniquíes están ahí inmóviles y rígidos hasta que yo vuelva a serlos. 

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